lunes, 18 de enero de 2021

La biología de la creencia

Tiempo de elección.

Los últimos avances científicos nos proporcionan una visión del mundo no muy distinta a la de las primeras civilizaciones, en las que se creía que todos los componentes de la Naturaleza estaban dotados de espíritu. 

Las pequeñas tribus aborígenes que quedan aún consideran el universo como un todo. Las culturas aborígenes no hacen las divisiones normales entre piedras, aire y humanos; todo está lleno de espíritu, de energía invisible. ¿No te suena familiar? Éste es el mundo de la física cuántica, en el que la materia y la energía están completamente unidas. Y es también el mundo de Gaia, del que te hablé en el primer capítulo, un mundo en el que todo el planeta es considerado como un organismo vivo que necesita que lo protejan de la avaricia, la ignorancia y la escasa planificación de los seres humanos. 

Nunca en la historia ha sido tan necesaria esa visión global. Cuando la ciencia le dio la espalda al espíritu, su objetivo cambió de forma drástica. En lugar de intentar comprender el «orden natural» para que los humanos pudiéramos vivir en armonía con él, la ciencia moderna se puso como meta controlar y dominar la Naturaleza. 

La tecnología resultante de esta filosofía ha llevado a la civilización humana al borde de la combustión espontánea mediante el desequilibrio del orden natural. La evolución de nuestra biosfera se ha visto suspendida por cinco «extinciones en masa», incluyendo la que mató a los dinosaurios. Cada oleada de extinción estuvo a punto de erradicar toda forma de vida en el planeta. Algunos investigadores creen, como ya mencioné en el capítulo uno, que estamos inmersos en la sexta extinción en masa. A diferencia de las demás, que estuvieron causadas por fuerzas galácticas como los cometas, la extinción actual está causada por una fuerza mucho más cercana: los seres humanos. Cuando te sientes en el porche de tu casa para ver la puesta de sol, fíjate en los espectaculares colores del ocaso. La belleza del cielo refleja la contaminación del aire. Mientras el mundo que conocemos desaparece, la tierra nos proporciona un espectáculo de luces aún más hermoso. Entretanto, sacamos nuestras vidas del contexto moral. 

El mundo moderno ha cambiado sus aspiraciones espirituales por una lucha por las posesiones materiales. El que tenga más juguetes gana. Mi imagen preferida para explicar hasta dónde nos ha llevado este mundo de científicos y técnicos se encuentra en la película de Disney Fantasía. ¿Recuerdas que Mickey Mouse se convierte en el desdichado aprendiz de un poderoso hechicero? El hechicero le ordena a Mickey que haga las tareas del laboratorio mientras él está fuera. Una de las tareas consiste en llenar una cisterna con agua de una fuente cercana. Mickey, que ha estado observando cómo hace magia el hechicero, trata de ahorrarse esa tarea hechizando una escoba, que se transforma en un lacayo que acarrea los cubos de agua. Cuando Mickey se queda dormido, la escoba autómata llena la cisterna hasta rebosar e inunda el laboratorio. Cuando se despierta, Mickey trata de detener a la escoba, pero sus conocimientos son tan limitados que no lo consigue y la situación se vuelve aún peor. El agua lo inunda todo hasta que el hechicero, que sí tiene los conocimientos suficientes para detener a la escoba, regresa y restablece el orden. Así es como se describe el apuro de Mickey en la película: «Esta obra es una leyenda sobre un hechicero que tenía un aprendiz. Era un muchacho joven y brillante, impaciente por aprender. De hecho, era demasiado brillante, ya que había comenzado a practicar algunos de los trucos mágicos del maestro antes de aprender a controlados». 

Hoy en día, los científicos brillantes se comportan como Mickey Mouse cuando juegan con nuestros genes y nuestro entorno sin comprender que todo en este planeta está interrelacionado, y ése es un camino que nos acarreará trágicas consecuencias. ¿Cómo hemos llegado a este punto? Hubo una época en la que fue necesario que los científicos se apartaran del espíritu, o al menos de la corrupción del espíritu llevada a cabo por la Iglesia. Esta poderosa institución se dedicaba a eliminar todo descubrimiento científico que no estuviera de acuerdo con la doctrina eclesiástica. Fue Nicolás Copérnico, un avezado político además de un dotado astrónomo el que inició la separación entre ciencia y espíritu cuando hizo público su manuscrito Sobre las revoluciones de los cuerpos celestes. Este manuscrito de 1543 declaraba con osadía que el Sol y no la Tierra era el centro de la «esfera celeste». 

Hoy en día esto es evidente, pero en la época de Copérnico fue considerado una herejía, ya que su nueva cosmología entraba en conflicto con una Iglesia «infalible» que había declarado que la Tierra era el centro del firmamento divino. Copérnico creyó que la Inquisición acabaría tanto con su manuscrito como con él, de modo que esperó prudentemente a estar en el lecho de muerte para publicar su trabajo.


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La biologia de la creencia Bruce Lipton

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