A los dieciséis años luché con la depresión. Entonces no sabía por qué estaba deprimida, pero mis sentimientos de miedo, ansiedad y tristeza eran innegables. Mi depresión era escurridiza; surgía de la nada, sin razón aparente. Incapaz de librarme del problema por mí misma, acudí a mi madre. Mi madre —una hippy meditadora y yogui— compartió conmigo la herramienta en la que creía: la meditación. Me sentó en un cojín de meditación y dijo: “Esta es la vía de salida”.
Mi madre me enseñó su mantra: So, Ham, So, Ham. Y sugirió que me sentará en meditación al menos cinco minutos al día para aliviar mi depresión. Me sentía tan atrapada por la tristeza que hubiera hecho cualquier cosa que me dijera, de modo que comencé a practicar meditación. Para mi sorpresa, inmediatamente sentí una sensación de alivio. Esta gratificación inmediata hizo que continuara volviendo al cojín de meditación.
Cuando llevaba dos semanas meditando, realicé una excursión de fin de semana con mi novio a una casa en la playa. En cuanto llegamos, los viejos sentimientos de miedo y depresión empezaron a embargarme. Me dirigí a mi novio y le dije:
—Lo siento, tengo que meditar un rato.
Entonces subí a una pequeña habitación que había en el segundo piso de aquella casa, en la que nunca antes había estado. Me senté en la oscuridad, en una cama impecablemente hecha, y comencé a recitar mi mantra: So, Ham, So, Ham. No tenía ni idea de qué significa el mantra, pero sabía que me hacía sentir mejor. So, Ham, So, Ham. Al cabo de un minuto Salí de la habitación de invitados y bajé a reunirme con mi novio en el piso de abajo. Mi energía era más ligera, mis ojos se habían suavizado y mi espíritu había rejuvenecido. Él me miró y dijo:
—¿Qué te ha ocurrido? Pareces tan clara…
—La meditación —respondí.
Fui diligente en mi práctica de meditación durante varios meses, pero cuando me sentí mejor, empecé a aflojar. Comencé a engancharme a la seguridad, el poder y la excitación de los éxitos externos y las formas mundanas de felicidad. Me orienté hacia las relaciones románticas en busca de amor y seguridad. Me orienté hacia mi carrera profesional para sentirme realizada y satisfecha, y empecé a tomar drogas para acceder al estado que había encontrado en el cojín de meditación. Elegí el mundo externo como fuente de amor y di la espalda a la energía del Universo.
Por medio de una serie de decisiones equivocadas, en las que buscaba la seguridad fuera de mí misma, fui cayendo en picado hasta un fondo oscuro. Volví a entrar en una profunda depresión, pero esta vez estaba amplificada por la adicción y la vergüenza. Una mañana me senté en el suelo de mi apartamento, en medio de la resaca de las drogas y el alcohol, e invoqué esa conexión energética que una vez había sentido. Recurrí al mantra de mi madre y empecé a recitar: So, Ham, So, Ham, So, Ham. Como si no hubiera pasado el tiempo, volví a unirme instantáneamente a ese sentimiento de amor. Era como si unas alas de ángel invisibles me recogieran de aquel suelo y me llevaran a una nueva forma de vivir que estaba más allá del miedo que había elegido. Una vez más, encontré el camino de salida.
Aquel día me comprometí a no volver a dar la espalda nunca más a la verdadera fuente de amor. Durante la última década he seguido un camino espiritual y he fortalecido mi relación con ese amor. Este amor del que hablo se conoce con diversos nombres, como Dios, espíritu, verdad o conciencia. En nuestro léxico moderno, también hay muchos que se refieren a él como “el Universo”. A lo largo de este libro, usaré estas palabras indistintamente.
Tomado del libro "El universo te cubre las espaldas. Cómo transformar el miedo en fe."
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